Alcornoques en peligro

Desde que a mediados del siglo XVII el monje benedictino Dom Pérignon descubriera las cualidades especiales del corcho para cerrar y conservar las botellas de vino, la historia de vides y alcornoques ha ido estrechamente unida. A su sombra, dos paisajes singulares, viñedos y dehesas, se convirtieron en símbolo de riqueza económica pero también natural. Especialmente los antiguos alcornocales, cuyo sabio manejo forestal y ganadero los transformó en singular santuario natural de nuestra fauna más amenazada.

La seca, una enfermedad producida por una serie de hongos y cuya extensión se está viendo favorecida por las sequías derivadas del cambio climático, está provocando la muerte de miles de encinas y alcornoques. Sin embargo, éste no es el peligro real. El auténtico peligro es la imparable generalización del tapón de silicona o plástico como cierre en las botellas de vino. Algo aparentemente tan anecdótico está acabando con una ejemplar relación milenaria entre el hombre y la naturaleza, poniendo en serio peligro miles de hectáreas de nuestros mejores bosques mediterráneos. Porque si el corcho deja de ser rentable, los alcornocales dejarán igualmente de serlo. 

Con su desaparición moriría además una de las pocas industrias artesanales, sostenibles y respetuosas con el medio ambiente que nos quedan. El problema, como ven, no es baladí.
En el mundo hay algo más de dos millones de hectáreas de alcornocal, de las que unas 450.000 se encuentran en España. La industria europea derivada de la corteza de esta querciana produce 340.000 toneladas de corcho al año, por un valor de 2,5 millones de euros, y da empleo a 30.000 personas. Sólo los tapones para vino suponen un 80% del negocio. Y aunque los de plástico cuestan casi lo mismo que los naturales, se supone que con su uso se evitan los problemas de acorchamiento de los caldos, algo que en realidad sólo afecta al 0,6% de las botellas.

A pesar de ello, en América, Reino Unido o Australia el tapón industrial está desbancando al natural, por otra parte, el único que permite respirar y evolucionar al vino. Y el consumo de corcho está cayendo. Parece increíble, pero el futuro de linces, águilas imperiales y buitres negros puede depender de algo tan aparentemente banal como es el cierre de una botella.

Una vez más, en nuestro papel de consumidores medioambientalmente responsables podemos tener la solución. ¿Cómo? Rechazando esas botellas que no usan tapones de corcho. E incluso instando a las autoridades a la existencia de un tipo específico de etiquetado donde se destaque la utilización de corcho natural. Porque no sé ustedes, pero yo, cada vez que abro una botella de vino huelo su tapón. Y el olor de esa corteza porosa, además de adelantarme las excelencias del vino, me arrastra a los alcornocales originarios donde todo es paz y sosiego. Los de plástico sólo huelen a desarrollo insostenible.

César-Javier Palacios
Fundación Félix Rodríguez de la Fuente

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola César-Javier.

Desde ASECOR Asociación San Vicenteña de Empresaros del Corcho queremos darte las gracias por tus comentarios acerca de la defensa del monte alcornocal y de la tradicinal industria del corcho.
A tu disposición tenemos argumentarios en favor del corcho donde por ejemplo vienen datos sobre el CO2 que atrapa el arbol mientras "fabrica" el corcho.
Si fueran de tu interés sólo tienes que enviarme un e-mail.

Un saludo y ánimo

Joaquin Seijas
Técnico de innovación Cluster del Corcho de Extremadura, ASECOR.
924 41 00 00
joaquinseijas@asecor.com

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