Sotos, setos y chopos cabeceros en peligro de extinción

Pocos paisajes son tan evocadores como los fluviales. Esas aguas que nos llevan, que pasan y nunca regresan, rodeadas de una exuberante vegetación, son auténticas autopistas verdes, apretados pasillos de biodiversidad. Pueden formar bosques galería (pues las ramas de árboles y arbustos conforman un verdadero túnel por cuyo interior discurre el río), pues son auténticas selvas casi impenetrables bendecidas por unos suelos siempre húmedos, tan variados como complejos. Y es precisamente esta ripisilva o vegetación ripícola la que mantiene la fauna más sonora de nuestro país, las aves canoras de los sotos, paraíso de oropéndolas, currucas, zarceros y ruiseñores.


Tradicionalmente estos bosques longitudinales han sido sometidos a un intenso aprovechamiento agroforestal que en su mayor parte los dejó reducidos a la mínima expresión, a reducidas hileras de árboles relegados a los taludes más inaccesibles. Pero incluso estos usos se hicieron con inteligencia, logrando obtener importantes recursos económicos y, tangencialmente, ambientales.

Paradójicamente, el abandono del campo, el arrinconamiento de los manejos tradicionales, está poniendo en serio peligro de extinción paisajes esculpidos por nuestros antepasados durante milenios, depositarios de una sabiduría que se pierde al mismo tiempo que esas plantas y animales adaptados a ellos.

Los setos vivos son un ejemplo paradigmático. Barreras naturales de árboles y arbustos para separar las diferentes parcelas agrícolas, la concentración parcelaria los ha condenado a muerte, eliminándolos o sustituyéndolos por costosas e improductivas vallas metálicas. Estos bosques en hilera favorecen un mosaico biológico único, pues además de servir de refugio a una gran riqueza vegetal y animal, protegen los cultivos del viento y la erosión, aportando nutrientes para el suelo, alimento para el ganado y leña para los hogares. Pero ya no los vemos útiles y cada vez son más raros y ralos.

El último paso antes de la deforestación del soto es el árbol cabecero. Chopos, sauces, fresnos aislados, viejos, singulares, sometidos a intensas podas (escamondas) periódicas de todas sus ramas. Su magra leña ha alimentado durante siglos los hornos de pan, ofreciendo toscas herramientas, techo y hasta forraje para suplir la escasez de pastos. Pero tampoco nos sirven. Y sin nosotros, sin ese sabio manejo, crecerán desordenadamente hasta partirse por la mitad vencidos por un desigual ramaje que a nadie ya interesa. Con su desaparición desaparecerá el último eslabón de esa antigua selva fluvial. También una cultura única, un saber ancestral en decadencia.

¿Podemos hacer algo para evitarlo? Por supuesto, impedirlo.

Recuperando los viejos manejos, aunque sólo sea para mantener ese paisaje único, para evitar el avance del desierto, el empobrecimiento natural y cultural de nuestros campos. Incluso pagando plantaciones y podas, fomentado las masas naturales frente a las repoblaciones de chopos papeleros, de alta rentabilidad económica pero muy escaso interés ecológico. Compensando a los agricultores con dinero el esfuerzo de su conservación a través del manejo tradicional. Es el pago por sus servicios ambientales. Por mantener algo tan impagable como el susurro de las hojas de un chopo en una cálida tarde de junio.

Para más información: Manifiesto por la conservación del chopo cabecero.


César-Javier Palacios
Fundación Félix Rodríguez de la Fuente

3 comentarios:

AL - El Amigo de los Animales dijo...

Una buena solución que no me parece mal es "Compensar a los agricultores con dinero el esfuerzo de su conservación a través del manejo tradicional". Como solución temporal y para este modelo de sociedad en el que vivimos (basado en el dinero),está bien, pero la pregunta de fondo llega después:

¿Y cuando esos agricultores ya no estén?

Creo que lo mejor sería poner los mecanismos necesarios "al alcance" para que más personas o "neorurales ecologistas" vuelvan a la tierra. Hay muchos trabajos tradicionales que recuperar, mantener y no necesariamente "a la antigua usanza", sino aprovechando los avances y la técnica.(que para eso están).
Imagino que el proyecto RUNA se encamina en este aspecto, aunque la solución primordial pasa -como digo- en hacer que la vuelta a la tierra pueda ser algo "real, fácil y con ayudas"; después llegará todo lo demás.
El campo -en todos sus aspectos- necesita del hombre y viceversa.

*Enhorabuena por tus artículos César.

Un Abrazo;

AL

Lorena dijo...

Muy interesante este post, para pararse a pensar en la rapidez con que se transforman los paisajes si no se hacen las cosas como tocan. Creo que al final se volverán a hacer las cosas como antaño, que ahora se hará el movimiento de la ciudad a los pueblos en vez de al revés, sin embargo, la pregunta es: "¿será demasiado tarde?", quizás cuando se ponga remedio se hayan dejado ya demasiadas cosa por el camino.

Anónimo dijo...

Yo creo que la unica solucion es concienciar a las generaciones venideras de lo importante que es conservar el medio ambiente. Yo vivo en un pueblo que se llama Pedrezuela (Madrid), por la cual pasa el rio "Guadalix". Al pasar por Pedrezuela, "un arroyo" (por llamarlo algo)vierte un agua totalmente contaminada, dejando el rio muerto. El cauce del rio esta totalmente invadido por zarzas inmensas lo cual evita que la vegetacion de rivera pueda vivir. En fin, esta la cosa dificil pero lo ultimo que se pierde es la esperanza....

Publicar un comentario