Los mayos | Guadalupe Fernández de la Cuesta

El mes de mayo enciende el fuego de las pasiones amorosas como la lumbre calienta los inviernos: la piel se estremece y una complaciente voluptuosidad invade los rincones del alma. Es el tiempo del estallido de un lenguaje sensorial en viaje de ida y vuelta con la naturaleza. Nada escapa a la percepción de los sentidos en una borrachera de sensaciones placenteras: solanas tapizadas de un verde inédito y lozano; árboles que mecen tímidos las hojas nuevas; el rumor de agua en ríos abultados y gozosos; aromas de humedales en la sierra; atardeceres de un sol rojizo y deshilachado que muerde el horizonte; el sonido de los cencerros de las vacas; el canto del “pecu”…

Mis pasos remisos se detienen en el pinar. Es el escenario donde me reencuentro, cada vez y siempre, con todo el bagaje de mis emociones. Por entre los troncos enhiestos y altivos de los pinos leo la historia de mis ancestros y su savia es la tinta de mi escritura. Atrae mis sentidos su majestuosa verticalidad y el remate de sus copas que borda en el cielo delicados encajes de un verde tenaz y persistente. El sol dibuja sus sombras alargadas en espacios abiertos donde hallamos el cobijo para nuestras meriendas y el sosiego para el espíritu. En las zonas umbrosas donde se asientan algunas hayas se tamiza una luz de catedral. El silencio se hace espeso y una bendita quietud envuelve el alma.

Esta magia del pinar lleva aparejada una historia atávica cuyo origen habría que buscarlo probablemente en los fenicios y griegos que exaltaban a la divinidad primaveral con sus rituales en la naturaleza. Esta tradición fue asimilada por los celtas que celebraban el inicio del verano pastoril cuando las manadas de ganado se llevaban hacia los pastos estivales. Después los romanos enredaron otro culto a la diosa Maya, diosa de la fertilidad, que hacían coincidir con el estallido de la primavera. Los siglos se constriñen a un ayer próximo. Somos fenicios, griegos, celtas, romanos… que han pingado “el mayo” este sábado, inicio del mes, en honor a nuestras deidades serranas de Burgos y Soria.

Uno de estos benditos pinos, el más esbelto y gallardo, el más escultural, ha sido la ofrenda de los mozos a la tradición. Una procesión bulliciosa recorre el pinar y se hace eco en el pueblo donde se ha de entronizar a ese “mayo” de la fama y la memoria. La “pingada del mayo” requiere mucho ingenio y un sinnúmero de habilidades para lograr la verticalidad del pino. Los expertos conminan a unos mozos atrevidos y audaces a seguir las pautas adecuadas para alcanzar el éxito. Por fin, altivo y señorial, “el mayo” yergue su cabeza por encima de los tejados de las casas. Aplausos emocionados. “Vitorea al mayo, hacia la puerta y calle de don Fernando. Vitorea aprisa, hacia la puerta y calle de doña Elisa”. Es la letra del baile del villano que unas niñas vestidas de mayas interpretaban en Neila cuando los pastores trashumantes regresaban a sus hogares tras una ausencia de ocho meses. Las ovejas espaciaban el paso y un rebaño holgado recorría su camino hacia los puertos de la sierra. No olvidamos. Son testigos de nuestra memoria, “el mayo” y las ruinas de unos chozos en la sierra. Tiembla la tarde y huyen las sombras rotas de los pinos. Hasta el próximo año.

Guadalupe Fernández de la Cuesta
Neila (Burgos)

1 comentario:

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