Salvados por el humo | César-Javier Palacios

Un año más volvió a repetirse el milagro. Allí estábamos todos. Más de 500 personas expectantes mirando desde la carretera hacia el pequeño caserío de Peroblasco (La Rioja), apenas 40 casas enriscadas en un promontorio a la margen derecha del río Cidacos.

En 1970 se fue el último vecino. No había futuro, ni carretera, ni luz eléctrica, ni agua corriente, ni ilusión. Después de 1.500 años de historia todo estaba perdido. Hasta que en 1981 llegó el primer vecino nuevo, un quijote rural decidido a salvar de la ruina al bellísimo caserío serrano. ¿Cómo resucitar un pueblo muerto?, se preguntó. Con el humo.

Es la Fiesta del Humo, y hasta esta cuneta nos han llevado las gaitas y tamboriles. Nos sacan fuera pues sus habitantes necesitan silencio e intimidad. Sólo así, alejados de miradas extrañas que pongan en peligro el secreto de su magia revivificadora, acceden a liberarla.

Las nueve de la noche y explota un cohete en el aire. De repente, dando bocanadas de humo, el pueblo comienza a respirar en colores al ritmo de Pachelbel y de la voz cristalina de un mirlo celoso. Azul, amarillo, morado, rosa, anaranjado, verde,… Un haz de estelas multicolores asoma desde cada chimenea, entremezclándose sobre los tejados en un calidoscópico arco iris.

La emoción es inmensa, intensísima, contagiosa. A mi lado, en medio del silencio reverencial de todos los presentes, una señora no puede contener las lágrimas. Llora por el pueblo resucitado, pero también por todos esos cientos de pueblos brutalmente abandonados donde hace medio siglo que ya no sale humo de sus chimeneas. Dos lagrimones me corren también a mí por las mejillas, incapaz de contenerlas. El pueblo está vivo y lo grita a los cuatro vientos. Quiere vivir, exige vivir, lucha por vivir.

Es el segundo año que acudo a las fiestas de Peroblasco, el último sábado del mes de julio, y lo reconozco, me estoy haciendo un adicto, no tanto a sus calles empedradas o a sus buitres y águilas reales, a su cielo siempre cambiante. Me estoy haciendo adicto a sus gentes, a sus vecinos pletóricos de entusiasmo, llegados de mil y un lugares distintos con la única misión de salvar el pueblo.

¿Y por qué el humo? Estaban hartos de ser ninguneados, de luchar por tener servicios tan básicos como agua corriente, luz eléctrica, una carretera, teléfono o Internet. No se los daban porque decían que no existían, que en ese pueblo no vivía nadie. O que sólo había hippies, esos que viven como salvajes, que no necesitan nada, que no se merecen nada. Había que levantar la voz, hacer una señal, y así nació este silencioso grito al mundo para decirle que existen, pues donde hay humo hay vida.

¿Vida? Pocos pueblos habrá más vivos que éste. Con tan sólo 12 vecinos residiendo permanentemente, sus fiestas son las más hermosas de cuantas he disfrutado nunca. Jóvenes, viejos y niños bailando juntos en la era, como una gran familia, hermanados por el mismo sentimiento de amor a una tierra, a un proyecto vital. Que año tras año reivindica servicios tan básicos como contenedores de basura, depuradora, agua potable o la restauración de su histórico puente gótico. Saben que al final lo conseguirán pues confían en Peroblasco. Donde gracias a la magia de su misterioso humo de colores los milagros existen.

3 comentarios:

Mario dijo...

Me encanta, qué curioso... y sobre qué entrañable! Gracias por acercanos a este pueblito.

Anónimo dijo...

Si, es que hay sitios maravillosos en nuestro pais. Me alegro de que no se pierdan pueblos así. Felicidades!

Elías dijo...

El año que viene iré yo. Prometo quedarme apartado, observando el milagro del humo desde la distancia. No llevaré cámara de video, ni ninguna otra, sólo llevaré la ilusión, la misma ilusión de que hacen gala los nuevos y admirables vecinos de Peroblasco.

Elías

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